Oscar Muñiz
Se habla mucho de la maravilla de la economía chilena, de
los cambios producidos por ella después de una feroz dictadura (1973-1990). Se
olvida que la economía no es una varita mágica, todo es producto del sacrificio
de la población.
Muy pocas veces se trata el tema económico chileno sin dejar
antes de mencionar sus logros, avances y proyecciones. Si no es el cobre, es la
pesca; si no es la pesca es la banca, así hasta el infinito. Sin embargo cada día
que pasa crecen las tensiones sociales, se agudizan los abusos de los derechos
humanos (p.e. contra los mapuches), y últimamente la implantación de la represión
contra un sector poblacional que exige y reclama mejor educación escolar y
universitaria.
La percepción de que la economía chilena es un paraíso es
producto de la propaganda, tal vez del servilismo de la clase política que
fomenta el extremismo, o tal vez producto de la misma idiosincrasia del pueblo
chileno que cree haber coronado la cúspide
del progreso.
Es bueno recordar que Chile con sus 17’619,708 habitantes,
tiene, según la CEPAL, una tasa de pobreza del 11% y 3.1% de indigencia, aunque otras fuentes
hablen de una tasa de 15.1% y 2.8% respectivamente. Téngase presente que el número
de pobres en América Latina disminuyo según la CEPAL, al 10 de julio del 2010,
de 164 millones a 68 millones, lo que significa que el 1’938,168 (2.85%) o 2’660,575
(3.9%) de esos 68 millones de pobre son chilenos.
Menos mal existen sectores no proclives al nacionalismo mal
entendido, menos en economía.
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