Lo primero que se nos viene a la cabeza al común de las personas cuando nos enteramos de la muerte del general Pinochet, es que murió un tirano, un violador de los derechos humanos, un usurpador del poder, y que con su muerte deja entre ver lo controversial que fue en la vida del pueblo chileno.
Resta pensar que no se puede justificar toda la desgracia que dejó en miles de familias y en la conciencia histórica del mundo con el argumento de que “salvó” a Chile de una desgracia económica y que su gestión fue tan plausible que el desarrollo económico alcanzado por este pueblo justifica la desgracia de cientos de chilenos.
El progreso de los pueblos se mide cuando existe unanimidad en el criterio, el aplauso mayoritario y el sentir de las grandes mayorías. Jamás puede justificar la relativa bonanza económica de la década de los ochenta y que se refleja hoy en día, con las atrocidades que cometieron los que gobernaron Chile. Solo en la medida de la igualdad en el derecho a pensar, al trabajo y vivir dignamente es la forma de sopesar los acontecimientos. Jamás el despegue económico puede justificar tropelías, matanzas ni desapariciones. Eso es rebajar a la economía a los niveles pérfidos de los criminales; ni puede servir como instrumento de convencimiento ni de retórica en defensa del fallecido general. Solamente resta decir que la historia juzgue al general, por que la justicia no lo condenó ni lo absolvió.
A nosotros los peruanos que nos sirva de ejemplo el trance del pueblo chileno, cuando llegue la hora de opinar sobre Fujimori y que la historia no se equivoque al dar su veredicto sobre este personaje.
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