Por Oscar Muñiz
No es posible pasarnos todo el tiempo de denuncia en
denuncia, prestando atención a lo reiterativo, proclamar siempre nuestra
disconformidad o desacuerdo. Escuchar, ver, siempre a los mismos personajes
hablando sobre ética aunque ellos no la practiquen. No podemos seguir
expectando lo cotidiano, esa manera cínica de tratar las cosas, con pedantería,
con ese prurito de mirar sobre el hombro a los demás.
No podemos seguir aceptando a los mismos con micrófono en
mano y cámara digital al riestre, capturando, editando y publicando sus
versiones sobre la realidad, con apenas un poco de tiempo para digerir su
imaginario.
Cansados, irritados, a un paso de disminuir lo último de
nuestros enseres y credensas, cuando se mira esos adefesiosos “clips”, hechos
sin un ápice de inteligencia, pero con enorme carga psicológica, para volver
más imbécil al que ya lo es. Ninguna nalgamenta, mucho menos una buena
tetamenta, como diría un conocido e ilustrado de la palabra escrita y hablada,
llama nuestra atención, por culpa de esa malsana exposición por salir dos
segundo en cinta. Ni que decir de tantos Adonis, que solo proceden cuando de
exigencias de figuración reclaman, o de aquellos que ventilan sus intimidades
cual buena prueba masculina, cuando hasta el más incauto de los mortales trata
de preservarla en su intimidad; después de todo, ya no existen las condiciones
mínimas para desprostituirlos, cuando muchos saben que por necesidad prefieren
lo más ligerito, lo más moderno.
Si de entretenimiento se trata existe una buena oferta de
thrillers de terror, de morbo, de guerra, que desplazaron a Federico Fellini,
Otto Preminger o Alfred Hitchcock; ahora se contentan con el súper músculos, el
austriaco hoy político estadounidense o el boxeador italonorteamericano que
posee una saga en su haber de más de una docena de películas de dos horas de
duración sobre el mismo tema; igual que las historias del niñito mago que
estupidiza por millones, pero su inventora se frota sus manos, agacha
ligeramente la cabeza de medio lado y
con una sonrisita criptica les dice a los millones de sus seguidores THANK YOU.
¿Donde dejaron a
Brahms? ¿Donde escondieron a Nicolo
Paganini? ¿Murió Elisabeth Schwarzkops? ¿Quien los conoce? ¿Santo Dios, te
conocen a Ti? Porque los creyentes de esta parte del mundo empiezan a reclamar
por la libertad sexual, libertad en el uso de preservativos, en el acceso al
aborto, al degrado, pero no dan la cara, ¿porque enmudecen? Esto más parece una
horda de cretinos ligados solo por el parentesco de la especie.
¿Siguen funcionando
esas reglas? Entérense, el mundo cambio y con el cambio triunfo la mentira, el
estribillo mal sonante, el encanto de lo mediocre, banal y mierduzco. Nos
pueden engañar, buscamos que no lo hagan; aplauden a los bandidos, ladrones y
políticos pero se niegan a reconocer su torpeza por ensalzar lo rufianesco y
ningunear al virtuoso.
Sin duda podrán decir lo que quieran, la libertad es esa. No
se trata de ideologías, de lo que se trata es de incentivar el sentido común,
de tener un poquito de buen gusto y procurar trasladarlo a los que no lo tienen.
Dejen al vil metal, déjenlo por un momento y logren soñar con un nuevo espacio,
donde el vil metal, si bien sea necesario, que no figure como indispensable, donde
el vil metal se constriña a ser eso, un vil metal, tan solo una rueda de metal
o un pedazo de papel. Que ni el más encumbrado de los eruditos fascine con
bonos, interés o rédito, más bien que el erudito escoja mejor sus sutiles
maneras de captar clientes.
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