Asesoria Economica Financiera y Medio Ambiente

1 de abril de 2011

PREVENIR ANTES QUE LAMENTAR


En un artículo aparecido en la Revista Mercurio Peruano, Nº 302 ABR – JUN 1991, ARTURO SALAZAR LARRAIN, escribe, MENTIRA (Ensayo sobre la población), el cual transcribimos.

Nuestro interés es advertir al lector que el tema sobre población en el Perú tuvo entre los años 1990 – 2000, la clausura definitiva de la institución encargada del estudio y análisis de la población en el Perú, además de los cientos de casos comprobados de esterilización forzada, ordenada por el entonces presidente Fujimori.

Nada impide suponer que acciones de este tipo y naturaleza sean reeditados en un futuro, si fuese el caso, por la hija-candidata de Fujimori, si ganase la presidencia para gobernar el Perú en el periodo 2011-2016.

“La defensa de la vida es regazo de una concepción medieval y primitiva del problema de la población”, Alberto Fujimori Fujimori.

A. Salazar L.


MENTIRA
(Ensayo sobre la Población)

Arturo Salazar Larraín

La población es el punto en que se cruzan todos los caminos de la humanidad: el de la historia, el de la política, el de la economía, el de las guerras, el del trabajo, el de la cultura…

La acepción mas pertinente del lenguaje se refiere al termino población a la acción de poblar y ésta a “la acción de ocupar con gente un sitio para que se habite o trabaje en él” (1).

Poblar es, pues, extender y fijar en un espacio determinado una pluralidad de personas que, entre sí, tienen la característica común de su condición humana y de su propósito de vivir. Poblar es, por tanto, extender la vida y hacerla posible; es humanizar el derredor.

No obstante, poblar se ha convertido casi en sinónimo de actividad delictiva. Términos como “sobrepoblación”, “explosión demográfica” o “bomba de la población” traducen el pánico que, finalmente, se ha logrado transmitir ante la posibilidad de que la vida, así multiplicada haga aquello sin lo cual dejaría de ser vida: prolongarse.

No obstante, se ha planteado que la multiplicación de la especie se ha convertido en una amenaza para la misma especie:
a) por sus efectos negativos sobre el mecanismo de la actividad económica que depende del uso y consumo de stock de recursos naturales y de capital disponible.
b) por sus efectos obre la organización social, que se tornaría critica debido a la polución humana de la aglomeración, la congestión y las demandas crecientes e insatisfechas.

Una Modernidad Muy Antigua

El punto de partida científico de esta alarma data del 7 de junio de 1798, fecha en la cual Thomas R. Malthus publicó su primer enfoque sobre la población en respuesta a “las especulaciones de Mr. Godwin, Mr. Condorcet y otros escritores” (2). Pero tanto el tema como su enfoque y sus principales consecuencias prácticas (tales como las políticas coercitivas y el control de la natalidad) vienen desde muy atrás.

Decía Eurípides que “la Guerra de Troya fue debida a una insolente abundancia de gente” (3). Asumiendo que esa “insolente sobrepoblación” (las especulaciones sobre la población total del mundo antes de Cristo la sitúan entre 2 y 20 millones) hubiese seguido el ritmo de progresión maltusiano, no se comprende cómo, siglos después de la Guerra de Troya, Polibio sostuviera en su Historia que Grecia: “sufre de una suspensión de la procreación y de una escasez de hombres tal, que las ciudades se han despoblado, y que hay esterilidad sin que hayamos sido atacados ni por guerras continuas ni por consecuencias desastrosas” (4).

La represión de la natalidad hinca sus raíces en lo más profundo de la historia. No hay necesidad de recordar el sacrificio de los niños pequeños o malformados en la roca Tarpeya de la Esparta confrontada con Atenas ni otros episodios igualmente crueles de la historia antigua, para concluir que el control de la natalidad, aunque con formas diferentes, es cosa del pasado más remoto.

Pero el Presidente Fujimori, en estos finales del siglo XX, afirma que la defensa de la vida, que asumimos los cristianos –y no las políticas antinatalistas, la coerción estatal a las parejas y el control de la natalidad-, es rezago de una concepción medieval y primitiva del problema de la población. Esas políticas represivas, que las autoridades peruanas, algunos periodistas y científicos sociales reclaman como modernas; son una vieja tentación del despotismo ilustrado más antiguo que se conoce.

Las prescripciones que en materia de población daba Aristóteles 308 antes de Cristo, por ejemplo, son las mismas de hoy. Vale la pena recordarlas.

Por lo pronto, para Aristóteles, el gobernante debe asumir como parte natural de su poder el derecho de disponer no solo de la vida concreta y presente de los demás sino, incluso, la de aquellos que no han nacido o están por nacer.

“a semejanza de los demás artesanos, como el tejedor y el constructor de naves, que tienen que disponer de la materia necesaria para su trabajo (y cuanto mejor preparado esté más bello  resultará el producto de su arte), así también el político y el legislador tienen que disponer de la materia que les es propia y ésta tiene que hallarse en las debidas condiciones”, Política, 136a (5).

Como para que no quepan dudas, a renglón seguido Aristóteles se refiere a la población como “el primer recurso de una ciudad”. ¿Nos debe extrañar que, desde entonces, los gobernantes consideren como “materia que les es propia” la libertad de procrear de sus ciudadanos? Este despotismo ilustrado, de lesa intimidad, subsiste en nuestros días bajo la forma de las diferentes políticas de población, incluso internacionales.

Establecida así la jurisdicción del político, Aristóteles sienta los principios de contabilidad demográfica que deben asumir los gobernantes, tal y como aun se practica hoy.

“…Podría suponerse que más necesario que fijar la cantidad de bienes es fijar el numero de hijos, de suerte que no se engendren mas de cierta cantidad, y establecer ésta teniendo en cuenta las probabilidades de que mueran algunos de los que nacen y la infecundidad de los otros. El descuidar esta cuestión, como ocurre en la mayoría de las ciudades, acaba por ser necesariamente causa de la pobreza para los ciudadanos, y la pobreza engendra sediciones y crímenes”, Política, 1265b.

Estos son los parámetros de todos los enfoques de la población, desde Malthus hasta Paul Ehrlich.

Comparece, si no, el texto aristotélico con el siguiente de R.T. Ravenholt, no hace mucho el numero 1 de la US Office of Population: “si la explosión de la población prosigue sin control se originarían tan terribles condiciones económicas que de ella se seguirían inmediatamente revoluciones. Y las revoluciones son muy difícilmente, o en absoluto, nada beneficiosas para los interesas de los Estados Unidos” (6).

Platón fue aun mas radical. Sus prescripciones sobre el control de la natalidad en La Republica o Las Leyes pueden ser suscritas por cualquiera de nuestros políticos y gobernantes: como se sabe, La Republica es la madre de todos los estatismos. Allí prescribe:

“Los magistrados deberán reglamentar el numero de matrimonios para mantener el mismo numero de hombres, reparando los huecos producidos por las guerras, las enfermedades y otros accidentes y para que el Estado, en la medida de lo posible, no aumente ni disminuya”, La Republica, 1,II.

No extraña que más adelante, como lo destaca Gonnard, Platón proponga “declarar sacrílegos a los ciudadanos que se permitan ser padres fuera de los límites de edad y de las condiciones previstas por la ley”. Ni tampoco que La Republica siente los primeros presupuestos de la selección genética de los mejores que, en el fondo, se encuentra en las políticas de población que ensayan los gobiernos de acuerdo a sus conveniencias políticas: “…es necesario que los mejores hombres se unan sexualmente a las mejores mujeres la mayor parte de las veces; y lo contrario, los mas malos con las más malas; y hay que criar a los hijos de los primeros, no a los de los segundos, si el rebaño ha de ser sobresaliente” (7).

Es evidente que Mao siguió las prescripciones aristotélicas y que Hitler lo hizo con las platónicas. En ambos casos nadie osa referirse al fracaso estruendoso de tales políticas de población, asumiendo, sin embargo, la tesis general de cada una de ellas: la represión política de la natalidad y la selección genética de los “mejores”.

La vieja represión de la natalidad ha resistido el paso de los tiempos. Se habla ahora, sin embargo, de la “modernidad” de estas ideas. A su probada antigüedad ha unido siempre la crueldad y el crimen, desde la roca de Tarpeya hasta el aborto legalizado de nuestros días. A lo largo de los años y de los siglos esa concepción represiva de la natalidad se ha mantenido. Algunos de sus extremos, entresacados de la abundante relación que da Gonnard en su “Historia de las Doctrinas de la Población”, son las siguientes (8):

Un consejero del Rey de Sajonia en su libro “Del exceso de Población en la Europa Central” propuso “la castración anual de cierto numero de niños de las clases populares y la infibulación (especie de cinturón de castidad) de los varones a partir de los 14 años” (Weinhold, 1827). Sismondi en su Noveaux Principles (1819) sostenía que a los grandes propietarios y empresarios les asistía “el derecho de impedir el matrimonio de sus asalariados”.

“Un tal Marcus”, según Gonnard, propuso para la solución del problema de la población nada menos que “la asfixia sin dolor (painless extinction) de una parte de los recién nacidos”. No precisaba la proporción pero debe suponerse que tal proporción era el resultado matemático del cálculo de “exceso” y de la progresión que arbitrariamente habían hecho las autoridades. Chateubriand en su Genie du Christianisme calificaba, de acuerdo al espíritu de la época, como “plaga de los imperios” a la población.

Juan Bautista Say en su Cours  (1828) extendía una receta para el desarrollo económico y el progreso de la humanidad: “ahorrar dinero antes que engendrar hijos”. Y en nuestros días Paul Ehrlich, en su “bestseller” The Population Bomb sostenía imperativamente: “No podemos ya permitirnos tratar tan solo los síntomas del cáncer del crecimiento de la población; el mismo cáncer debe ser extirpado”.

Kingsley Davis, que también adquirió fama internacional por su radical antinatalismo, sostenía al viejo estilo platónico: “se puede decir que la superreproducción (esto s, engendrar mas de dos hijos) es el crimen peor que debe y tiene que ser declarado fuera de la ley” (1968, Elliot et al).

Como se puede apreciar, la actual concepción del problema de la población no difiere, en esencia, de las que estuvieron en boga en las épocas mas remotas y primitivas de la historia; lo único que ha ocurrido es su racionalización en el sentido sociológico del termino.

Se presenta la Edad Media como una gran etapa de oscurantismo. En el caso de la población y de la perspectiva desde la cual se analizó, esa edad muestra, sin embargo, una iluminación especial. Desde el Siglo XIII surge, como un haz de luz, Tomas de Aquino –que en tantos aspectos fue el que asimiló Aristóteles a la cultura cristiana y representó la razón iluminada por la fe (9), para enfrentar precisamente a Aristóteles, demógrafo del control y la represión de la natalidad.

“Es notable –dice Gonnard- que, desde este punto de vista, la influencia aristotélica, tan poderosa entonces en otros asuntos, haya sido nula. El moralismo cristiano no podía admitir este sacrificio de la virtud individual en aras del interés, real o supuesto, del Estado…Quae familia plus multiplicatur in prolem, dice Santo Tomás, amplius cedit ad firmamentum politae, colocándose en el punto de vista de la ciudad, esto es la contrapartida   de la tesis de Aristóteles (10).

Quien quiera revise con detenimiento os textos de Aristóteles y Platón sobre la población tiene que percibir el contexto de una época en que la autoridad del Estado lo era prácticamente todo. Tiene que convenir, también, en lo relativo que era hablar entonces de sobrepoblación, congestión y escasez de recursos naturales.

(1) Diccionario de la lengua Española. Vigésima Edición, Madrid 1984.
(2) El título completo de la primera edición de la es “An Essay on the principles of Population, as it effect the future improvement of Society with remarks on the speculation of Mr. Godwin, Mr. Condorcent and others writers” La versión castellana es de Alianza Editorial, Madrid 1968, y lleva por titulo “Primer ensayo sobre la Población”.
(3) G.I. Sulzberger, NYT 18.9.77 en Julián I., Simon 1980, 1986:192.
(4) Citado por Bouche-Leclerq, en Gonnard 1845: 101-2.
(5) Para esta y otras citas he consultado la traducción bilingüe de Julián Marías y Maria Araujo, Madrid 1983. Para La Republica y Las Leyes de Platon, Obras Completas, Aguilar, Madrid 1981 y/o las referencias de Gonnard, ob.cit.
(6) “Evening Press, Dublín, 12.5.1977 en JL Simon, 1986. “El crecimiento de la población, sin el control internacional fomenta desordenes políticos y civiles” sostendría un año después el AID en un documento de la US General Accounting Office.
(7) La Republica , 459d, Gredos, Madrid 1986; traducción que me parece mas directa que la de Aguilar.
(8) Citados por Gonnard, ob. Cit.
(9) Cfr. “Tomá de Aquino”, Pedro Santidrián, Madrid 1984.
(10) Gonnard 1945: 126-127



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