No hay que olvidar que Argentina traicionó al Perú con la venta de armas al Ecuador, cuando se desarrollaba una confrontación bélica con Perú. No hay que olvidar que Ecuador fue una tachuela en el zapato peruano, con guerras en 1940, 1980, 1990. No olvidar que Bolivia traicionó al Perú en 1879. No hay que olvidar que Colombia se apoderó de territorios amazónicos peruanos, Leticia. No hay que olvidar que Brasil se anexó territorios de la amazonía peruana, superficie que hace más que tres países europeos juntos.
Hay que reconocer que la diplomacia sirve, pero la viril defensa también.
Frente a esta realidad leamos a José Enrique Rodó, son líneas vigentes, sin lugar a dudas:
Querer la Paz por incapacidad para la guerra; querer la paz por el sentimiento de la propia debilidad, por el temor de la superioridad ajena, es condición miserable de los pueblos que no tienen en sí mismos la garantía suprema de su persistencia y de su dignidad.
Querer la paz por comprenderla hermosa y fecunda; querer la paz con la voluntad altiva del que tiene conciencia de sus fuerzas y reposa tranquilo en la confianza de que lleva en su propio brazo la potestad fidelísima que lo tutela y escuda, es la condición de los pueblos nobles y fuertes.-
Para desear eficazmente la paz, es menester la aptitud para la guerra. Los pueblos débiles no pueden proclamar la paz como ideal generoso, porque para ellos es, ante todo, un interés egoístico, una triste necesidad de su desvalimiento. Solo en los labios del fuerte, es bella gloriosa la afirmación de la paz.-
Vergüenza es que un pueblo se habitúe a que le llamen "débil", o a llamarse "débil" a si mismo. No hay pueblo débil, sino el que se rebaja voluntariamente a serlo; porque la fortaleza de los pueblos se mide, no por su capacidad para la agresión, sino por su capacidad para la defensa, y cada pueblo encuentra infaliblemente en la medida de sus recursos materiales los medios proporcionados para su defensa, cuando él pone de suyo el elemento fundamental de su energía y de su previsión.
Desconoce su deber para consigo mismo y para con la obra solidaria de fundar el orden y la paz estable en el mundo, el pueblo que no cuida de mantener su fuerza material en proporción relativa al desenvolvimiento de su riqueza y de su cultura.
Cuidar de la propia fuerza material, no significa solo, ni principalmente, aumentar la importancia numérica de los ejércitos, ni los acopios de sus parques. Significa, ante todo, educar, mejorar, intensificar, la institución de las armas; realzarla por el prestigio del saber y la virtud; vincularla, cada vez más estrechamente, con el pueblo; hacerla, para él, objeto indiscutido de amor y de orgullo; reconocer su significado social, señalarle, en el armónico conjunto de las energías nacionales, el puesto que ella merece.
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