Por Oscar Muñiz
El incremento del desempleo en Europa es evidente. Las economías de los países que conforman la Unión
Europea se encuentran cerca de la ruina y con una parálisis que dura varios
años. Los interesados en esta situación tienen sus propias percepciones; por un
lado los desempleados, por otro los gobiernos y por último los tenedores del capital.
Esto no solo sucede en el viejo mundo, también en EUA, aunque más atenuado o
por lo menos manejable. En el nuevo continente las cosas no están mejores, pues
el desempleo se encuentra sumergido u oculto o simplemente a pocos o muchos no
les importa.
La macroeconomía clásica cuando trata el tema del empleo basa
su argumentación de la siguiente manera. En un momento dado y con una cantidad
determinada de dinero el incremento del precio multiplicado por la cantidad es
una constante. Agrega, solo podría venderse más a precios proporcionalmente más
bajos y, si los precios son flexibles, bajaran cada vez que haya recursos inactivos,
promoviéndose de esta manera automática la baja de los precios a un nivel del
volumen físico de la producción.
Nos preguntamos, ¿Cómo la flexibilidad de los precios
promueve el empleo en una economía en que las personas trabajan por un salario?
En la teoría clásica el volumen de empleo y producción es determinado por la
estructura de los precios. Depende de la relación entre los costos y los
precios que los compradores pagaran por la producción. De aquí la necesidad de
tener más de un trabajo al día.
Sin embargo existen algunos obstáculos al empleo que muy
pocos quieren mirar, como son la preferencia por la liquidez o demanda
especulativa de dinero (la trampa de la liquidez) y en segundo lugar, la
inconsistencia entre el ahorro y la inversión, aunque esté presente la perfecta
flexibilidad de salarios y precios. Sin embargo frente a esta situación hasta
los correctivos clásicos fallan y el empleo puede resultar imposible.
Keynes sostenía, que existen algunas dificultades con la
flexibilidad de salarios y precios postulada por la doctrina clásica, puesto
que ellos no consideraban la economía del empleo no pleno, justamente por las
preferencias de liquidez. Al respecto, también consideraba que, frente a la demanda de dinero para especulación se debe mantener el tipo de interés igual al
que se determina para el ahorro y la inversión o por lo menos a un nivel
constante de la demanda agregada. Advertía, que si el sistema bancario se
convirtiera en una fuente neta de dinero,
la igualdad entre el ahorro y la inversión seria perturbada, por lo
tanto se requeriría de una inflación o deflación del nivel general de precios y
salarios.
Wicksell, otro economista, argumentaba al respecto que, el
sistema bancario podría convertirse en un absorbente neto de fondos, vendiendo
bonos, cuando sus precios subieran; pero Keynes consideraba que los tenedores
de riqueza privados podrían tender a representar el mismo papel que los bancos
de Wicksell, lo que implicaría que manteniendo constante la cantidad de dinero
en circulación no sería suficiente para frenar una perturbación del ahorro y la
inversión.
Lo reseñado es lo que sucedió en algunos países europeos
como por ejemplo en España, donde la proliferación de los entes absorbentes de
fondos prolongaron su presencia junto a la banca, originándose una conjunción entre
la corrupción y la burbuja inmobiliaria lo que hoy se denomina recesión.
Sobre el mismo asunto, Carlos Marx decía, “Que el
poseedor más o menos bárbaro, y aun el campesino de Europa occidental, no sabe
separar el valor de su forma. Para él, aumento de su reserva de oro y plata
quiere decir aumento de valor. Por supuesto, el valor del metal precioso cambia
a consecuencia de las variaciones producidas, ya sea en su propio valor, ya sea
en el de las mercancías. Pero ello no impide, por una parte, que 200 onzas de
oro contengan, antes y después, más valor que 100, 300 más que 200, etc., ni
por la otra que la forma metálica del dinero siga siendo la forma equivalente
general de todas las mercancías, la encarnación social de todo trabajo humano.
Por su naturaleza, la inclinación por atesorar no tiene regla ni medida”
(1)
Sisifo |
Pero Carlos Marx, no solo se refirió al concepto de valor de
las mercancías, también lo hizo al dinero, y lo hizo de esta manera. “… el dinero
carece de limites porque es inmediatamente transformable en cualquier tipo de
mercancía. Pero cada suma de dinero real posee su límite cuantitativo, y por lo
tanto tiene un poder de compra limitado. Esta contradicción entre la cantidad
siempre definida y la cantidad de potencia infinita del dinero obliga sin cesar
al atesorador al trabajo de Sísifo ”
(2) Esto fue lo que
hicieron los banqueros, empresarios, sabiendo que la piedra algún día tendría que
caerles encima, aunque otros pagaran los platos rotos.
De una u otra manera, el usurero, el codicioso o simplemente
el especulador, en cualquier circunstancia quieren acaparar más. No nos
engañemos, crear empleo no es un regalo divino, no se crea empleo tronando los
dedos con un chasquido o agitando una varita mágica; para crean empleo se debe
poner simple y llanamente al servicio de los demás una parte de lo que el
usurero o codicioso o banquero retienen como ganancia, interés o rédito,
plusvalía o como lo quieran llamar.
Mientras no existan las condiciones mínimas necesarias para
que el rédito, la utilidad o ganancia sea razonable bajo la pretendida nueva
manera de producir en Europa, no habrá empleo, ninguno de los tenedores del
dinero o riqueza arriesgara nada. Los responsables de gobernar implementaran
sus reformas; los usureros, los empresarios, banqueros, capitalistas, seguirán exigiendo
garantías hasta encontrar lo que quieren a un costo más bajo, sin responsabilizarse
del eventual nuevo modo de producir. Si el trabajo es una mercancía que produce
riqueza, sus dueños deben luchar para obtener parte de esa riqueza; de lo
contrario seguirá incrementándose el desempleo.
Hoy más que nunca ronda la idea de la desaparición de la Unión
Europea. ¿Por qué será?
(1) El Capital, I Tomo, Ed. Cartago,
BB.AA. 1973, Pág. 139
(2) El Capital, I Tomo, Ed. Cartago,
BB.AA. 1973, Pág. 139
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