Por Oscar Muñiz
El ser humano por antonomasia es creyente. Las razones que
lo llevan a esto son múltiples y diversas, pero la fe puesta en sus creencias
le hacen la vida más llevadera.
La fe tiene sus características singulares, pues ella ahonda
el convencimiento de una verdad, y esta
verdad puede ser tan profunda y arraigada como para sobrevivir a muchas
generaciones, después de todo es como un credo redentor. La fe puede ser
transmitida hasta formar parte de una cultura, y que en muchos casos sepulta
creencias de manera definitiva.
El siglo XX fue escenario de acontecimientos de este tipo,
alguno de ellos germino hacia la mitad del siglo XIX, y otros tuvieron impulso momentáneo,
aunque su poca inercia hizo que desapareciera
o que cada día sea menos notoria, aunque sus influencias hasta el día de hoy se
sigan percibiendo. En la historia reciente del mundo la conocen millones de
personas, unas porque la vivieron, otras porque se las enseñaron. Allí tenemos
la germinación y nacimiento de la revolución rusa y el fascismo nazi, dos
movimientos políticos que marcaron el espíritu de varias generaciones de seres
humanos.
Si el mundo cambio después de 1945, las cuatro décadas precedentes
fueron de espanto; después de esa fecha junto
con la guerra fría apareció la guerra por la hegemonía en el mundo, así tenemos
la guerra de Vietnam y el yugo del apartheid en el África; ahora somos testigos de las luchas terroristas y el levantamiento
del mundo árabe-musulmán.
Hay sin embargo dos acontecimientos trascendentales en el
siglo XX que hasta el día de hoy marcan la pauta política. El primero es la creación
de la bomba atómica, y el segundo el nacimiento de convenio de Bretton Woods , ambos acontecimientos en la esfera de la
ciencia, ambos destructivos.
El liberalismo económico necesito cambiar de pantalones, dejar el
corto sinónimo de niños por el pantalón largo de adultos, así la mutación de la
economía clásica se transformó en liberalismo hasta llegar hoy con nombre post
moderno de globalización.
Así como de la bomba atómica se sabe de su poder de destrucción,
la globalización hace lo mismo o tiene su mismo efecto destructivo en las
estructuras sociales. Existen Estados que mantienen sus estructuras sociales y económicas con el
objeto de alcanzar el desarrollo por vías alternas, sin embargo es la globalización
la que progresivamente se interpone en ese camino, destruyendo todo lo edificado
mas no reparando o subsanando los errores.
Esta es la realidad, es lo que nos toca vivir. Se supone que
sobre este asunto no existe controversia aunque si resistencia para asimilar el
cambio, especialmente el grupo de personas que lograron alcanzar algo en la
vida después de haber trabajado y tenido fe en el sistema económico que los cobijaba.
La vida tiene muchas formas de vivirla no necesariamente
aquella que la globalización nos indica. Sin embargo la inseguridad para
vivirla destroza toda esperanza. Al parecer hoy por hoy el mundo está divido en dos; por un lado los
extremistas-terroristas cargados con el dogmatismo acumulado, y por otro lado
el avance del liberalismo económico con sus reglas y dogmas de la globalización. De aquí que en las dos últimas décadas han
hecho de la economía un oráculo, una religión, formando así un estilo de vida.
La imposición de la globalización ha hecho trizas economías enteras siendo la última
la europea.
¿Quién puede decir hoy en día que la economía no es un arma
lo suficientemente efectiva y potente para lograr cambiar rumbos de toda una nación?
El mundo árabe es el último ejemplo, lo fue Cuba en su momento y hasta ahora.
¿Negarlo? Es de necios. Uno no puede estar de acuerdo con la globalización,
pero por el momento para la gran parte de la población mundial no hay otra opción.
¿Existe sin embargo la esperanza de una alternativa? La hay
cuando la experiencia de cinco Estados que la ofrecen a millones de personas,
esperemos que se reconstruya la fe en esa forma de gobernar.
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