Asesoria Economica Financiera y Medio Ambiente

27 de mayo de 2011

Puno al borde de la tragedia


Palabra en aymara ARUSKIPT’SIPXAÑANAKASAKIPUNIRAKISPAWA, que en castellano significa, “Estamos obligados a comunicarnos porque tenemos el habla”. Es la palabra en aymara más larga que el lingüista Juan de Dios Yapita ha podido identificar.

El pueblo aymara tiene importancia desde tiempos inmemoriales; el aporte dado a Sud América y el mundo, y más específicamente al Perú y Bolivia es muy significativo, no solo con su idioma, el aymara, sino también con cultura, su cosmovisión y su aporte al trabajo productivo. 

Este es el caso de Puno, en donde su población aymara no permite que en su jurisdicción se asienten campos mineros con el propósito de explotar la riqueza minera en detrimento de la agricultura. Aún más, es el pueblo el que no pérmite dicha actividad cuando se vulnera esta opción a sabiendas que existen dispositivos legales que amparan su exigencia.

Cuando la esquizofrenia o la paranoia economisista, se desarrolla dentro del poder, debemos  lamentar sus consecuencias. Al parecer este es el caso de las autoridades en el Perú, los cuales ven en el crecimiento económico lo que otros no ven. Claro está que los que no ven en el crecimiento económico más que desarraigo, martirio, y porqué no, usurpación de sus derechos tienen que reaccionar.

Este fue el caso de la población de Moquegua, Bagua, y ahora Puno que con el prurito presidencial de que es el mejor gobierno de este siglo, aun sabiendo que solo llevamos diez años vividos en esta centuria, quiere hacer creer que hipotecando la vida ajena se le recordará como el mejor mandatario del Perú. Es todo lo contrario.

La paralización de Puno lleva más de quince días sin que tenga solución, aunque los cinco mil aymaras proclamen “no a la minería” . Esta paralización se inició en la población de Zepita, Kelluyo, Pomata, Desaguadero y Yunguyo, como también en la población de El Collao y Acora.

¿Qué piden? La cancelación definitiva de las concesiones mineras; que se retire, definitivamente, el proyecto minero Santa Ana y la derogatoria del Decreto Supremo Nº 083-2007. Frente a esta situación la población advierte al Gobierno central que seguirán con la paralización sino hacen caso a su petición. Una Resolución Viceministerial Nº 0589, declara al cerro Khapía como Patrimonio Cultural de la Nación, y por lo tanto prohíbe la explotación minera; sin embargo el primer mandatario a través del Ministerio de Defensa, autoriza con Resolución Suprema Nº 191-2011, la intervención del Ejercito Peruano, para que garantice el “normal” funcionamiento de los servicios públicos.

El 20 de mayo 2011, el viceministro de Minas dio a conocer desde Arequipa que la comisión de alto nivel suspendió las conversaciones en Puno por falta de garantías para su integridad y porque no habían condiciones para realizar el dialogo. Desde Arequipa sentenció: “Una comisión de cinco ministros no puede dialogar con ocho mil personas. Si los dirigentes quieren solucionar el problema y asumir su responsabilidad pueden dialogar en cualquier sitio”.


El domingo 22 de mayo 2011 se apostaron en el barrio Chanu-Chanu más de setenta camiones porta-tropas, viviéndose un clima de tensión e incertidumbre. Existe escasez de alimentos (aceite, arroz, verduras) en Ilave, Juli, Pomata y Yunguyo, habiendo estimado la Cámara de Comercio y Producción de Puno, pérdidas por US$ 20 millones en los sectores de turismo y comercio. A esto se suma el cierre de la frontera Perú-Bolivia, mientras piquetes de personas aseguraban la paralización del tránsito.

¿Que más se hizo? Se sitió la Plaza Mayor de Puno, la población, alrededor de las diez mil personas marcharon; hubo cierre de puertas de los negocios por temor a saqueos, la Dirección Regional de Educación de Puno suspendió las labores escolares en las provincias de Chuchito, July, Yunguyo y El Collao, lo mismo que en el distrito de Puno.

El 27 de mayo 2011, se conoció la inviabilidad de la cancelación de las autorizaciones mineras y petroleras en Puno. Según el viceministro de Minas, Gala, solo el Poder Judicial o una ley del Congreso podría anular las concesiones ya que estas se encuentran registradas en los registros públicos. Sin embargo el Decreto Supremo Nº 083-2007-EM se encuentra vigente, el cual autoriza a la minera Bear Creek Mining Company, a realizar sus actividades en la provincia de Chucuito. El congresista Yonhy Lescano presentó un proyecto de ley para que se derogue dicho dispositivo en bien de la comunidad y del bienestar social.

Sin embargo el 26 de mayo 2011, las hordas saquearon, incendiaron, robaron, locales públicos, como algunos centros privados de atención ciudadana. Así las cosas y el problema no tiene solución, más bien podría agravarse cuando solo se está a nueve días de las elecciones presidenciales, las mismas que se realizarán el 05 de junio 2011. Se suman voceros incendiarios como los de la Hora N, en el Canal N, programa de cable propalado el 26 de mayo 2011 a las 21 horas, en donde señalan que se producirían otros levantamientos en otras regiones del país, con el propósito de anular las elecciones.


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Conflictos mineros

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25 de mayo de 2011

Porqué suben los precios de los alimentos básicos


El Financial Times-FT, publicó un artículo titulado ¿Qué impulsa a los precios de los productos básicos a bajar o subir? Es una pregunta que organismos como el Banco Mundial se hacen y que “preocupa”, cuando la pobreza se sigue incrementando. Ofrece algunas explicaciones, que de manera sucinta dicen:

1. La primera explicación tiene un enfoque habitual cuando se presentan cambios en la oferta. Argumenta que es el crecimiento de Asia y tal vez sea la disminución de los suministros. Sin embargo, dice, la demanda para la mayoría de los productos básicos es constante, 3.2 % anual, aunque los precios han sido volátiles.

2. Segunda explicación. La disponibilidad de dinero en efectivo (liquidez).

3. Tercera explicación. La psicología es la mejor explicación para la caída de los precios además de ser un complemento del analisis monetario. Según el FT, la psicología es la herramienta que explicaría el fenómeno de los precios lo cual es algo inconcebible en el analisis para los economistas serios y dotados de experiencia.

Carlos Marx, se encargó de explicar el asunto sobre el libre cambio en su discurso en la Asociación Democrática de Bruselas, el 07 de enero de 1848, diciendo “el arancel de los cereales es un impuesto sobre el salario; este impuesto lo pagáis a los grandes terratenientes, a esos representantes de la aristocracia de la Edad Media; si vuestra situación es calamitosa, la causa estriba en la carestía de los artículos de primera necesidad…los obreros, a su vez, preguntan a los fabricantes: ¿como se explica que en el curso de los últimos treinta años, en los que nuestra industria ha alcanzado el mayor desarrollo, nuestro salario haya bajado en una proporción mucho mayor de lo que ha subido el precio de los cereales?”

Esta pregunta se encuentra vigente en todos los países del mundo, aunque lo siguiente no deja de tener tanto o más actualidad: “el salario no está determinado solamente por el precio de los cereales, sino también por la competencia entre los brazos que se ofrecen en demanda de trabajo”. Como dato adicional, según el Instituto Nacional de Estadística Italiano (ISTAT), 15 millones de italianos están en riesgo de caer en la pobreza o la exclusión social. El 30.8 % de los jóvenes no cuentan con contratos de trabajo estable.

Hecha esta pequeña referencia, ofrecemos parte del “Discurso sobre el libre cambio”, donde podrán encontrar analogías con la situación actual.


Discurso sobre el libre cambio

Señores:
La absolución de las leyes capitalistas en Inglaterra es el triunfo más grande que el libre cambio ha alcanzado en el siglo XIX. En todos los países donde los fabricantes hablan del libre cambio, tienen en cuenta principalmente el libre cambio del grano y de las materias primas en general.

Pan barato y salarios altos –cheap food, haigh wages-; he aquí el único objetivo en aras del cual los free-traders ingleses han gastado millones, y ya han contagiado con su entusiasmo a sus cofrades del continente.  En general, si se quiere el libre cambio es para mejorar la situación de la clase trabajadora.

Todo el mundo sabe que la lucha entre los liberales y los demócratas es en Inglaterra la lucha entre los free-traders y los cartistas.

Veamos ahora cómo los free-traders ingleses han demostrado al pueblo los buenos sentimientos que les mueven

He aquí lo que decían a los obreros de las fábricas:
El arancel de los cereales es un impuesto sobre el salario; ente impuesto lo pagáis a los grandes terratenientes, a esos representantes de la aristocracia de la Edad Media, si vuestra situación es calamitosa, la causa estriba en la carestía de los artículos de primera necesidad.

Los obreros a su vez preguntan a los fabricantes: ¿Cómo se explica que en el curso de los últimos treinta años, en los que nuestra industria ha alcanzado el mayor desarrollo, nuestros salarios hayan bajado en una proporción mucho mayor de lo que ha subido el precio de los cereales?

El impuesto que, según afirmáis, pagamos a los propietarios del suelo, equivale para cada obrero a tres peniques aproximadamente por semana. Y, sin embargo, el salario del tejedor manual ha descendido de 28 chelines por semana a 5 chelines en el periodo comprendido entre 1815 y 1843; y el salario del tejedor que trabaja en telares mecánicos ha sido reducido de 20 chelines semanales a 8 chelines entre los años 1823 y 1843.

Durante todo este tiempo, el impuesto que hemos pagado los propietarios de la tierra no ha pasado nunca de los tres peniques. Y en 1834, cuando el pan estaba muy barato y en la vida comercial reinaba gran animación, ¿Qué nos decíais? ¡Si sois desgraciados es porque  tenéis demasiados hijos, porque vuestros matrimonios son más fecundos que vuestro oficio!

A esto replicaban los fabricantes:
Tenéis razón, señores obreros; el trabajo no está determinado solamente por el precio de loa cereales, sino también  por la competencia entre los brazos que se ofrecen en demanda de trabajo.

Pues bien, si en lugar de dedicar nuestro capital y nuestro trabajo al laboreo de un suelo totalmente estéril, abandonásemos la agricultura para dedicarnos exclusivamente  a la industria, toda Europa se vería obligada a cerrar sus fabricas e Inglaterra formaría una gran ciudad fabril, mientras el resto de Europa quedaría convertido en una provincia agrícola.

Pero este dialogo del fabricante con sus obreros lo interrumpe el pequeño comerciante diciendo:
Si aboliésemos las leyes cerealistas, es cierto que arruinaríamos nuestra agricultura, pero no obligaríamos con ello a los demás países a hacer pedidos a nuestras fábricas y a cerrar las suyas.

¿Cuál seria el resultado? Yo perdería los clientes que ahora tengo en el campo, y el comercio interior perdería sus mercados.

El fabricante, responde al tendero: En cuanto a esto, concedednos libertad de acción. Una vez abolido el impuesto sobre los cereales, recibiremos del extranjero trigo más barato. Luego bajaremos el salario, que subirá al mismo tiempo en los países que nos proporcionen el grano. Así, además de las ventajas que ya disfrutamos, tendremos la de un salario menor, y con todas estas ventajas obligaremos al continente a adquirir nuestras mercancías.

Pero he aquí que en la discusión se mezclan el arrendatario y el obrero del campo. ¿Y nosotros? Exclaman. ¿Qué será de nosotros? ¿Es que vamos a pronunciar sentencia de muerte  contra la agricultura que nos da de comer? ¿Consentiremos sin rechistar que se nos arrebate el terreno que pisamos?

Por toda repuesta, la Liga contra las leyes cerealistas se conformó con asignar premios para los tres mejores trabajos que tratasen acerca de la influencia saludable de la abolición de las leyes cerealistas sobre la agricultura inglesa. Estos premios han sido adjudicados a los señores Hope, Morse y Greg.

Uno de los laureados pretende demostrar quienes perderán por la libre importación de grano extranjero no serán ni los arrendatarios ni los obreros agrícolas, sino los terratenientes. El arrendatario ingles, escribe, no tiene porqué temer la abolición de las leyes cerealistas, porque ningún país puede producir trigo de tan buena calidad y tan barato como Inglaterra. Por tanto, afirma, si bien bajaría el precio del trigo, ello no os causaría perjuicio alguno, porque esta baja afectaría sólo a la renta, que se vería disminuida, pero no al beneficio industrial y al salario, que seguirían siendo los mismos.

El segundo laureado, el señor Morse, sostiene, por el contrario, que el precio del trigo se elevaría a consecuencia de la abolición de las leyes cerealistas. Hace denodados esfuerzos para demostrar que los aranceles proteccionistas no han podido jamás asegurar al trigo un precio remunerador. En apoyo de lo escrito cita el hecho de que el precio del trigo ha subido considerablemente en Inglaterra siempre que se ha importado grano del extranjero, y cuando se ha importado poco, el precio ha descendido muy considerablemente. El laureado olvida que la importación no era la causa del precio elevado, sino que el precio elevado era la causa de la importación. En completo desacuerdo con su co-laureado, afirma que toda alza en el precio del grano redunda en beneficio del arrendatario y del obrero, y no en beneficio del propietario.

 El tercer laureado, el señor Grez, que es un gran fabricante y que ha escrito su libro para la clase de los grandes arrendatarios, no podía contentarse con repetir semejantes simplezas. Su lenguaje es más científico. Reconoce que las leyes cerealistas no contribuyen ha elevar la renta sino en tanto en cuanto suscitan una elevación del precio del trigo, y que no promueven el alza del precio del trigo sino imponiendo al capital la necesidad de buscar aplicación en terrenos de calidad inferior, lo que se explica muy sencillamente.

A medida que crece la población, si el grano extranjero no puede entrar en el país, se tiene que poner por fuerza en cultivo tierras menos fértiles, cuyo aprovechamiento requiera mas gastos y cuyo producto es, por tanto, mas caro. Como la venta del grano está plenamente asegurada, el precio se regulará necesariamente por los precios de los productos obtenidos en los terrenos que exigen más gastos. La diferencia entre el precio y el coste de producción en los terrenos mejores constituye la renta. Así pues, si con la abolición de las leyes cerealistas desciende el precio del trigo y, por consiguiente, también la renta, es porque dejarán de cultivarse los terrenos menos fértiles. De donde se deduce que la disminución de la renta acarreará indefectiblemente la ruina de una parte de los arrendatarios.

Estas observaciones eran necesarias para hacer comprender el lenguaje del señor Greg.

Los pequeños arrendatarios, dice, que no podrán continuar dedicándose a la agricultura, encontraran los medios de sustento en la industria. Los propietarios del suelo se verán obligados a vender sus tierras a muy bajo precio, o bien a concertar con ellos contrastos de arrendamiento por plazos muy largos. Esto permitirá a los arrendatarios invertir en la tierra grandes capitales, emplear en ella máquinas en mayor escala y economizar así trabajo manual, que, por otra parte, será más barato a causa del descenso general de los salarios, consecuencia inmediata de la abolición de las leyes cerealistas.

¿Cómo iban a creer los obreros en la súbita filantropía de los fabricantes, de los mismos que no cejaban en su lucha contra el bill de las diez horas, que estipulaba la reducción de la jornada de trabajo de los obreros de las fábricas de doce horas a diez? Para que os forméis una idea de la filantropía de estos fabricantes, os recordaré, señores, los reglamentos establecidos en todas las fábricas.

Cada fabricante dispone para su uso particular de un verdadero código, en el que se prescriben multas por todas las faltas voluntarias e involuntarias. Las multas son siempre superiores al daño causado realmente por el obrero. Como veis, señores, esta legislación doméstica ha sido ideada para dar lugar a contravenciones y se da lugar a contravenciones para ganar dinero. Así pues, el fabricante recurre a todos los medios para reducir el salario nominal y para sacar beneficio hasta de accidentes fortuitos que no dependen del obrero. Estos fabricantes son los mismos filántropos que han querido hacer creer a los obreros que eran capaces de realizar dispendios enormes únicamente para mejorar la suerte de éstos.

A costa de grandes dispendios construyen palacios en los que la Liga establece en cierto modo su sede oficial, envían un ejército de misioneros a todos los puntos de Inglaterra para que prediquen la religión del libre cambio, publican y distribuyen gratis millares de folletos para hacer ver a los obreros sus propios intereses, gastan sumas enormes para atraer a su lado a la prensa, montan un gran aparato administrativo para dirigir los movimientos librecambistas y derrochan elocuencia en los mítines públicos. En uno de esos mítines un obrero exclamó: “Sí los propietarios de la tierra vendiesen nuestros huesos, vosotros, los fabricantes, seriáis  los primeros en comprarlos para echarlos a un molino de vapor y hacer con ellos harina!”

Los obreros ingleses han comprendido muy bien la significación de la lucha entre los propietarios del suelo y los capitalistas industriales. Saben muy bien que se quería rebajar el precio del pan para rebajar el salario y que el beneficio industrial aumentaría en la misma proporción en que disminuyera la renta.

Ricardo, el apóstol de los free-traders ingleses, el economista mas distinguido de nuestro siglo, en este punto está complemente de acuerdo con los obreros. En su famosa obra sobre Economía política dice: “Si en lugar de cultivar trigo en nuestro país, descubriésemos un nuevo mercado en el que pudiéramos obtenerlo a un precio más bajo, en ese caso deberían bajar los salarios y aumentar las ganancias. El descenso de los precios de los productos agrícolas reduce los salarios no solo de los obreros ocupados en el cultivo de la tierra, sino también de todos los que trabajan en la industria o están empleados en el comercio”.

Y no creáis, que al obrero le es totalmente indiferente que no vaya a recibir más que cuatro francos, estando el trigo mas barato, cuando antes recibía cinco. ¿Acaso su salario no ha ido descendiendo más y más con respecto a la ganancia? ¿No es claro que su posición social ha ido empeorando en comparación con el capitalista? Pero, además, sufre de hecho una perdida directa.

Mientras el precio del trigo era más alto, siéndolo igualmente el salario, al obrero le bastaba unas pequeñas economías hechas en el consumo de pan para poder satisfacer otras necesidades.  Pero cuando baja mucho el precio del pan y, en consecuencia, el salario, el obrero no puede economizar apenas en el pan para poder comprar otros artículos.

Los obreros ingleses han dado a entender a los free-traders  que no están dispuestos ha ser victimas de sus ilusiones y de sus engaños, y si, a pesar de eso,  se han unido a ellos contra los propietarios de la tierra, ha sido para destruir los últimos restos del feudalismo y para no tenérselas que vérselas más que con un solo enemigo. Los obreros no se han engañado en sus cálculos, porque los propietarios de la tierra, para vengarse de los fabricantes, han hecho causa común con los obreros a fin de conseguir la aprobación del bill de la diez horas, que estos últimos venían demandado en vano desde hace 30 años y que ha sido aprobado inmediatamente después de la abolición de las leyes cerealistas.

En el Congreso de los economistas, el doctor Bowring sacó del bolsillo una larga lista para hacer ver la cantidad de carne de vaca, jamón, tocino, pollos, etc., etc., que importaba a Inglaterra con objeto de satisfacer, según él, las necesidades de los obreros; pero, lamentablemente, se olvidó añadir que, al mismo tiempo, los obreros de Manchester y de otras ciudades fabriles habían sido arrojados a la calle por la crisis que comenzaba.

En principio, en economía política, no hay que deducir nunca leyes generales a base de las cifras referentes a un solo año. Hay que tomar siempre el termino medio de seis a siete años, lapso de tiempo durante el que la industria moderna pasa por las diferentes fases de prosperidad, de superproducción, de estancamiento y de crisis, recorriendo así su ciclo fatal.

De suyo se comprende que si baja el precio de todas las mercancías –y este descenso es la consecuencia necesaria del libre cambio-, yo podría adquirir por un franco muchas más cosas que antes. Y el franco del obrero vale tanto como cualquier otro. Por tanto, el libre cambio será muy ventajoso para el obrero. En esto hay solo un pequeño inconveniente, y es que el obrero, antes de cambiar su franco por otras mercancías, tiene que llevar a efecto el cambio de su trabajo con el capital. Si al realizar este cambio siguiese recibiendo por el mismo trabajo el franco en cuestión y bajasen los precios de todas las demás mercancías, saldría siempre ganando en una tal transacción. La dificultad no estriba en demostrar que, bajando el precio de todas las mercancías, por el mismo dinero podría yo comprar más mercancías.

Los economistas examinan siempre el precio del trabajo en el momento en que el trabajo se cambia por otras mercancías. Pero siempre dejan completamente de lado el momento en que el trabajo efectúa su cambio con el capital.

Cuando hagan falta menos gastos para poner en movimiento la maquina que produce las mercancías, igualmente costaran menos las cosas necesarias para mantener la maquina llamada obrero. Si abaratan todas las mercancías, el trabajo, que es también una mercancía, bajará igualmente de precio, y, como veremos más adelante, este trabajo mercancía bajará proporcionalmente mucho más que las demás mercancías. El trabajador, siguiendo siempre la argumentación de los economistas, descubrirá que el franco se ha fundido en su bolsillo y que de él no le quedan más que cinco sous.

Los economistas replicarán a esto: Bien, supongamos que la competencia entre los obreros, que, ciertamente, no disminuirá bajo el régimen del libre cambio, no tardará en poner los salarios de acuerdo con el bajo precio de las mercancías. Pero, por otra parte, la disminución del precio de las mercancías hará que aumente el consumo; un mayor consumo exigirá una mayor producción, que será seguida de una mayor demanda de brazos, y a esta mayor demanda de brazos seguirá un alza de salarios.

Toda esta argumentación se reduce a lo siguiente: El libre cambio aumenta las fuerzas productivas. Si la industria crece, si la riqueza, si la capacidad productiva, en una palabra, si el capital productivo aumenta la demanda de trabajo, aumenta igualmente el precio del trabajo y, por consiguiente el salario. La mejor condición para el obrero es el crecimiento del capital. Hay que convenir en ello. Si el capital permanece estacionario, la industria no solo permanecerá estacionaria, sino que declinará, y el obrero será en ese caso la primera víctima. El obrero sucumbirá antes que el capitalista. Y en el caso que el capital vaya creciendo, en ese estado de cosas que hemos calificado como el mejor para el obrero, ¿Cuál será su suerte? Sucumbirá igualmente. El crecimiento del capital productivo implica la acumulación y la concentración de capitales. La centralización de capitales conduce a una mayor división del trabajo y a un mayor empleo de las maquinas. Una mayor división del trabajo reduce a la nada la especialidad del trabajador y, colocando en un lugar de esta especialidad un trabajo que todo el mundo puede hacer, aumenta la competencia entre los obreros.

Esta competencia es tanto más fuerte, por cuanto la división del trabajo permite al obrero realizar él solo el trabajo de tres. Las maquinas producen el mismo resultado en una escala mucho mayor. El crecimiento del capital productivo, al obligar a los capitalistas industriales a desenvolverse  en sus empresas con medios cada vez mayores, arruina a los pequeños industriales y los arroja a las filas del proletariado. Además, como el tipo de interés disminuye a medida que se acumulan los capitales, los pequeños rentistas, que ya no pueden vivir de sus rentas, se ven forzados a lanzarse a la industria para luego ir a engrosar el número de proletarios.

Por último, cuanto más aumenta el capital productivo, tanto más obligado se ve a producir para un mercado cuyas necesidades no conoce, tanto más precede la producción al consumo, tanto más tiende la oferta a aumentar la demanda y, por consiguiente, las crisis cada vez son más intensas y mas frecuentes. Pero toda crisis, a su vez, acelera la centralización de capitales y hace crecer las filas del proletariado.

Así pues, a medida que crece el capital productivo, la competencia entre los obreros aumenta en una proporción mucho mayor. La remuneración del trabajo disminuye para todos, y el peso del trabajo aumenta para algunos.

En 1829 había en Manchester 1,088 hiladores ocupados en 36 fábricas. En 1841 no había más que 448, y estos obreros atendían a 53,353 husos más que los 1,088 obreros de 1829. Si la cantidad de trabajo manual empleado hubiese aumentado proporcionalmente al desarrollo de las fuerzas productivas, el número de obreros debería haber alcanzado la cifra de 1,848; por consiguiente, los perfeccionamientos introducidos en la mecánica dejaron sin trabajo a 1,100 obreros.

Sabemos de antemano la respuesta de los economistas. Estos hombres privados de trabajo, dicen, encontraran otra ocupación. El doctor Bowring no ha dejado de repetir este argumento en el Congreso de los economistas, pero tampoco ha dejado de refutarse a sí mismo. En 1835, el doctor Bowring pronunció un discurso en la Cámara de los Comunes a propósito de los 50,000 tejedores de Londres que  desde hacía largo tiempo se morían de hambre, sin poder encontrar esa nueva ocupación que los free-traders les hacían entrever en lontananza.

Citemos los pasajes más salientes de este discurso del doctor Bowring.
“La miseria de los tejedores manuales –dice- es la suerte inevitable de todo trabajo que se aprende fácilmente y que puede ser reemplazado a cada instante por medios costosos. Como en este caso la competencia entre los obreros es grande en extremo, la menor disminución de la demanda origina una crisis. Los tejedores manuales se encuentran, por decirlo así, situados en los límites de la existencia humana. Un paso más, y su existencia será imposible. El menor golpe basta para condenarles a perecer. El progreso de la mecánica, al suprimir más y más el trabajo manual, reporta indefectiblemente durante la época de transición numerosos sufrimientos temporales. El bienestar nacional no se puede lograr sino a costa de determinado número de calamidades individuales. En la industria no se avanza sino a expensas de los rezagados; de todos los inventos, el telar de vapor es el que más pesa sobre los tejedores manuales. En la producción de muchos artículos que antes se hacían a mano, el tejedor ha sido ya desplazado por completo, y tendrá que correr la misma suerte en la producción de otros muchos que aún se fabrican a base del trabajo manual”.

“Tengo ante mis ojos –dice más adelante- una correspondencia del gobernador general con la compañía de las Indias Orientales. Esta correspondencia se refiere a los tejedores del distrito de Dacca. El gobernador dice en sus cartas: Hace algunos años la compañía de las Indias Orientales compraba de seis a ocho millones de piezas de algodón, fabricadas en los telares manuales del país. La demanda descendió de modo gradual, hasta quedar reducida aproximadamente a un millón de piezas. En la actualidad, la demanda ha cesado por completo. Además en 1800, América del Norte obtuvo de la India cerca de 800,000 piezas de algodón. En 1830 no recibió ni 4,000. Por último, en 1800 fue embarcado, para su transporte a Portugal, un millón de piezas de algodón. En 1830, Portugal no recibió más que 20,000”.

“Los informes sobre las calamidades de los tejedores indios son terribles. ¿Y cual es el origen de estas calamidades? La presencia de productos ingleses en el mercado, la producción del artículo por medio de telares de vapor. Gran número de tejedores han muerto de inanición; el resto ha pasado a otras ocupaciones y, sobre todo, a las faenas agrícolas. No saber cambiar de profesión equivale a condenarse a muerte. Y en estos momentos el distrito de Dacca se ve invadido de tejidos e hilados ingleses. La muselina de Dacca, famosa en todo el mundo por su belleza y su firme textura, también ha sido eclipsada por la competencia de las maquinas inglesas. En toda la historia del comercio sería difícil, tal vez, encontrar sufrimientos semejantes a los que han tenido que soportar, de este modo, clases enteras de las Indias orientales”.

El discurso del doctor Bowring es tanto más significativo cuanto que los hechos en él citados son exactos, y las frases con que trata de paliarlos llevan impreso el sello de la hipocresía común a todos los sermones librecambistas. Presenta a los obreros como medios de producción que es preciso reemplazar por medios de producción menos costosos. Finge ver en la rama de trabajo de que habla una rama completamente excepcional, y en la maquina que ha exterminado a los tejedores una maquina igualmente excepcional. Olvida que no existe ni una sola de la rama del trabajo manual que no pueda experimentar un buen día la suerte de la tejeduría.

“El fin constante y la tendencia de todo perfeccionamiento en mecánica es, en efecto, el desplazamiento total del trabajo del hombre o la disminución de su precio, sustituyendo el trabajo del obrero adulto por el de las mujeres y los niños, o el del hábil artífice por el del obrero sin calificar. En la mayor parte de las hilanderías mecánicas –en ingles throstle-mills-, el trabajo es ejecutado exclusivamente por muchachas de dieciséis años y aún más jóvenes. Como resultado de la sustitución  de las maquinas ordinarias de hilar por la maquina automática, la mayor parte de los hiladores adultos han sido despedidos y solo han quedado niños y adolescentes”.

Estas palabras del doctor Ure, el librecambista más apasionado, sirven para completar las confesiones del doctor Bowring. El señor Bowring habla de algunas calamidades individuales y dice al mismo tiempo que estas calamidades individuales hacen sucumbir a clases enteras: habla de “sufrimientos pasajeros en la época de transición”, y al mismo tiempo que habla de esto no oculta que estos sufrimientos pasajeros han significado para la mayoría el paso de la vida a la muerte, y para los restantes el tránsito de la situación anterior a una peor. Al afirmar más adelante que las personalidades de los obreros son inseparables del progreso de la industria y necesarias para el bienestar nacional, reconoce simplemente que la infelicidad de la clase trabajadora es condición necesaria para el bienestar de la clase burguesa.

Todo el consuelo que el señor Bowring prodiga a los obreros que sucumben, y en general toda la doctrina de compensación que formulan los free-traders, se reducen a lo siguiente: Vosotros, millares de obreros que sucumbís, no debéis desesperar. Podéis morir con toda tranquilidad. Vuestra clase no desaparecerá. Será siempre lo bastante numerosa para que el capital la pueda diezmar sin temor a acabar totalmente con ella. Pero, además, ¿Cómo queréis que el capital encuentre un empleo útil si no se preocupa de asegurarse la materia explotable, los obreros, para explotarlo de nuevo?

Pero, entonces, ¿Por qué seguir hablando de la influencia que la realización del libre cambio ejercerá sobre la situación de la clase obrera? Todas las leyes expuestas por los economistas desde Quesnay hasta Ricardo, se basan en la suposición de que las trabas  que coartan aún el libre cambio han dejado de existir. Estas leyes se confirman a medida  que se realiza el libre cambio. La primera de ellas consiste en que la competencia reduce el precio de toda la mercancía hasta el mínimo de su coste de producción. Por tanto, el mínimo de salario es el precio natural del trabajo. ¿Y que es el mínimo de salario? Es justamente lo que hace falta para producir los artículos indispensables para el sustento del obrero, con el fin de que esté en condiciones de alimentarse bien que mal y propagar a poco que sea su especie.

No saquemos de aquí la conclusión de que el obrero no podrá recibir más que este mínimo de salario, y no vayamos a creer tampoco que ha de recibir siempre este mínimo.

No; como resultado de la acción de esta ley, la clase obrera conocerá a veces momentos más felices. Habrá ocasiones en que reciba más que el mínimo; pero este excedente no será más que el suplemento de lo que haya recibido –menos que el mínimo- durante los tiempos de estancamiento industrial. Esto quiere decir que en un determinado lapso de tiempo que es siempre periódico, en el ciclo que recorre la industria, pasando por las fases de prosperidad, de superproducción, de estagnación y de crisis, la clase obrera –si se cuenta todo lo que recibe por encima de lo necesario y todo o que recibe de menos- no tendrá en sumo ni más ni menos que el mínimo; es decir, la clase obrera se conservará como clase a pesar de todas las calamidades y de la miseria sufridas, a pesar de los cadáveres dejados sobre el campo de batalla industrial. Pero ¿Qué importa? La clase subsiste y, lo que es mejor aún, crecerá en número.

Esto no es todo. El progreso de la industria produce medios de existencia menos costosos. Así, el aguardiente ha reemplazado a la cerveza, el algodón a la lana y el lino, y la patata al pan. Por tanto, como se descubren constantemente nuevos medios para alimentar a los obreros con artículos más baratos y peores, el mínimo de salario disminuye de continuo. Este salario, que al principio obligaba al hombre a trabajar para vivir, ha terminado por hacer vivir al hombre una vida de autómata. Su existencia no tiene otro valor que el de una simple fuerza productiva, y como tal lo trata el capitalista.

Esta ley del trabajo mercancía, ley del mínimo de salario, se manifestará más y más a medida que sea un hecho real y verdadero la suposición de los economistas, el libre cambio. Así pues, una de las dos: o es preciso negar toda la economía política basada en el postulado del libre cambio, o bien hay que convenir en que, bajo este libre cambio, los obreros habrán de experimentar todo el rigor de las leyes económicas.

Resumamos: ¿Qué es, pues, el libre cambio en el estado actual de la sociedad? Es la libertad del capital. Cuando hayáis hecho desaparecer las pocas trabas nacionales que aún obstaculizan la marcha del capital, no habréis hecho más que concederle plena libertad de acción. Por favorables que sean las condiciones en que se haga el intercambio de una mercancía por otra, mientras subsistan las relaciones entre el trabajo asalariado y el capital, siempre existirán la clase de los explotadores y la clase de los explotados. Verdaderamente es difícil de comprender la pretensión de los librecambistas, que se imagina que un empleo más ventajoso del capital hará de separarse el antagonismo entre los capitalistas industriales y los trabajadores asalariados. Por el contrario, ello no puede acarrear sino una manifestación aún más neta de la oposición entre estas dos clases.

Admitid por un instante que no existen ya ni leyes cerealistas, ni aduanas, ni arbitrios municipales, en una palabra, que han desaparecido por completo todas las circunstancias accidentales que el obrero podía tomar aún como las causas de su situación miserable, y habréis desgarrado todos los velos que no le permitían ver a su verdadero enemigo. El obrero comprobará entonces que el capital,  desembarazado de toda traba, le reporta no menos esclavitud que el capital coartado por los derechos de aduana.

Señores: No es dejéis engañar por la palabra abstracta de libertad. ¿Libertad de quien? No es la libertad de cada individuo con relación a otro individuo. Es la libertad del capital para machacar al trabajador. ¿Cómo podéis refrendar la libre concurrencia con la idea de libertad, cuando esta libertad no es más que el producto de un estado de cosas basado en la libre concurrencia?

Hemos mostrado el género de fraternidad que el libre cambio engendra entre las diferentes clases de una misma nación. La fraternidad que el libre cambio establecería entre las diferentes naciones de la tierra no sería más fraternal. Designar con el nombre de fraternidad universal la explotación en su aspecto cosmopolita, es una idea que solo podía nacer en el seno de la burguesía. Todos los fenómenos destructores suscitados por la libre concurrencia en el interior de un país se reproducen en proporciones más gigantescas en el mercado mundial. No necesitamos detenernos por más tiempo en los sofismas que difunden a este propósito los librecambistas y que tienen tanto valor como los argumentos de nuestros tres laureados, los señores Hope, Morse y Greg.

Se nos dice, por ejemplo, que el libre cambio hará nacer una división internacional del trabajo, determinando para cada país el género de producción que corresponda a sus ventajas naturales. Pensareis, tal vez, señores, que la producción de café y de azúcar es el destino natural de las Indias Occidentales. Hace dos siglos, la naturaleza, que apenas tiene que ver con el comercio, no había plantado allí ni el árbol del café ni la caña de azúcar. No pasará, tal vez, medio siglo y ya no encontrareis allí ni café ni azúcar, puesto que las Indias Orientales, gracias a su producción mas barata, discuten ya con su ventaja a las Indias Occidentales su pretendido destino natural. Y estas Indias Occidentales, con sus dones naturales, son ya para los ingleses una carga tan pesada como los tejedores de Dacca, que también estaban destinados, desde tiempos inmemorables, a tejer a mano.

Hay otra circunstancia que no debe perderse de vista: como todo ha pasado a ser monopolio, existen en nuestros días algunas ramas de industria que predominan sobre todas las demás y que aseguran a los pueblos que más se dedican a ellas el dominio en el mercado mundial. Así, por ejemplo, en el comercio internacional el algodón tiene más valor comercial que todas las demás materias primas juntas empleadas en la fabricación de vestidos. Causa verdaderamente risa ver cómo los librecambistas escogen algunos tipos especiales de producción en cada rama industrial para colocarlos en la balanza con los productos de uso común, que se fabrican a más bajo coste en los países donde la industria ha alcanzado el mayor desarrollo.

Nada de extraño tiene que los librecambistas sean incapaces de comprender cómo un país puede enriquecerse a costa de otro, pues estos mismos señores tampoco quieren comprender cómo en el interior de un país una clase puede enriquecerse a costa de otra.

No creáis, señores, que al criticar la libertad comercial tengamos el propósito de defender el sistema proteccionista. Se puede ser enemigo del régimen constitucional sin ser partidario del viejo régimen. Por lo demás, el sistema proteccionista no es sino un medio de establecer en un pueblo la gran industria, es decir, de hacerle depender del mercado mundial; pero desde el momento en que depende del mercado mundial, depende ya más o menos del libre cambio. Además, el sistema proteccionista contribuye a desarrollar la libre concurrencia en el interior de un país. Por eso vemos que, en los países donde la burguesía comienza a hacerse valer como clase, en Alemania, por ejemplo,  realiza grandes esfuerzos para lograr aranceles protectores. Para ella son armas contra el feudalismo y contra el poder absoluto; son para ella un medio de concentrar sus fuerzas y de realizar el libre cambio en el interior del propio país.

Pero, en general, el sistema proteccionista es en nuestros días conservador, mientras que el sistema de libre cambio es destructor. Corroe las viejas nacionalidades y lleva al extremo el antagonismo entre la burguesía y el proletariado. En una palabra, el sistema de la libertad de comercio acelera la revolución social. Y solo en este sentido revolucionario, yo voto, señores, a favor del libre cambio. 


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20 de mayo de 2011

¡No a los transgénicos!


Proteger la biodiversidad




Alan Garcia - Jorge Villasante
16 de mayo del 2011, el flamante ministro de agricultura, Jorge Villasante, sostuvo que analizará la viabilidad de una moratoria al ingreso de los transgénicos; el 18 de mayo del 2011, el Ministerio de Agricultura (MINAG), conformó la Comisión de Evaluación la cual dispondrá de un plazo de 30 días para culminar su trabajo, para que a continuación un Comité Multisectorial elabore y presente un informe final que evaluará el Minag. Este Comité está conformado por dos representantes del Minag, por representantes del Ministerio del Ambiente (Minam), del Ministerio de la Producción, del Ministerio de Comercio Exterior y Turismo (Mincetur) y el Ministerio de Salud (Minsa).




A estas alturas el Minag defiende el Reglamento Interno Sectorial sobre Seguridad de la Biotecnología el cual se aprobó hace poco tiempo sin debate alguno y a insistencias del presidente Alan García Pérez.

Es importante lo que señala el asesor del Minag, William Vivanco, "que el reglamento no abre la puerta al ingreso de los productos transgénicos, pues estos ingresan al país hace 10 años; su finalidad es regular el ingreso de semillas transgénicas para siembra".

Queda claro que el Perú tiene este problema más de una década, porque no había ley o norma que exigiese la publicación de aquellos productos que se consumían y que eran transgénicos. En la actualidad existen normas legales aunque nadie las cumpla o apoyen a que se cumplan como es el Sr. William Vivanco. Segundo, el problema radica en que los productos transgénicos generados en el Perú constituyen un riesgo para la biodiversidad, especialmente agrícola. Tercero, no es problema que siga ingresando producción transgénica al Perú, el problema es que se produzcan en territorio peruano, pues existen razones biológicas, económicas y de mercado que vulneran las expectativas  productivas, alimenticias y comerciales. Cuarto, la libre escogencia de productos transgénicos u orgánicos lo define libremente el consumidor.

Nuestra desconfianza nace cuando William Vivanco utiliza el término regular debido a su ambigüedad, además cuando sostiene “necesitamos tecnologías para producir y obtener seguridad alimentaria con nuestros propios agricultores”.

Sabemos lo que está detrás de todo esto, como también sabemos las consecuencias ambientales que acarrearía; no solo son los inmensos intereses financieros y económicos que se solapan tras un manto de progreso, más aún sabiendo que de implementarse esta tecnología el Perú sería arrastrado a la inopia más brutal cuando solo cuenta con el 3.81 % de suelos aptos para cultivos en limpio y 37 % de suelo forestal.

Según la Clasificación de las Tierras del Perú - Capacidad de Uso Mayor, el Perú cuenta con un total de 128’521,560 Ha. que se clasifica en Grupos, Clases y Subclases. Las Tierras para Cultivo en Limpio 4’902,000 Ha. Tierras para Cultivo Permanente 2’707,000 Ha. Tierras para Pastos 17’916,000 Ha. Tierras para Forestales de Producción 48’696,000 Ha. Tierras de Protección 54’300,560 Ha.

De este total no se deben tocar 54’300,000 Ha. por lo tanto quedan 74’221,000 Ha. De este total hay una superficie de 17’916,000 Ha. de pastos que se podría utilizar pero no la de las grandes o medinas empresas, por lo tanto quedan algo mas de 56’305,000 Ha.; de este total hay 4’902,000 Ha. para cultivo en limpio, que se encuentran en uso o con dueños pobres y ricos, las tierras de los ricos no la podrán tocar, la de los pobres son vulnerables; por supuesto que la superficie forestal es la que podrían usar tumbando el bosque o comprando/alquilando las tierras, aquí está el riesgo legal, ambiental, ecológico, biológico.

Atienda y entienda lo que dice el Mapa Ecológico del Perú. Por si fuera poco analice todos los datos sobre la superficie de las tierras del Perú por departamentos de acuerdo a su capacidad de uso y encontrará que el departamento que más superficie tiene con suelos para cultivo en limpio es Ucayali con 600,000 Ha. y el departamento que menos tiene es Moquegua con 10,000 Ha.; haciendo uso del mismo rango (mayor-menor) la superficie con cultivo permanente en Loreto 607,000 Ha. y Huancavelica-Ayacucho-Apurimac cada uno con 3,000 Ha.; la mayor superficie de pastos se ubica en Puno con 2’565,000 Ha. y la menor en Ica con 25,000 Ha.; por ultimo la superficie de producción forestal se ubica en el departamento de Loreto con 27’615,000 Ha. y la menor en Tumbes con 40,000 Ha.

También sería oportuno que tenga presente la información de la capacidad de uso mayor por cuencas hidrográficas, así podrá redondear la información técnica necesaria a la hora de tomar decisiones trascendentales para el bienestar del Perú y de los peruanos.

En los datos sobre costos de implementación para la producción de productos transgénicos en Brasil se puede notar el alto desembolso inicial que requiere tal empresa. Podemos afirmar que “se requiere US$ 50 millones en toda las etapas, desde la formulación hasta el lanzamiento comercial. EMBRAPA, empresa estatal brasileña tiene planeado para el año 2011 hacer una inversión de US$ 1,000 millones en investigación, por intermedio de Monsanto y  Basf”. La pregunta es ¿el Perú que tiene al respecto?

Al gobierno le quedan 70 días contados desde el 19/05/2011, menos 30 días para que la Comisión evacue el informe, le quedan 40 días. ¿En estos 40 días podrían realizar todo lo necesario ante la Comisión Multisectorial, el Congreso, etc. y lograr el objetivo que se han planeado? ¿No le parece ocioso, por decirlo de alguna manera, que algunos ministros distraigan su tiempo en algo que el gobierno actual no podrá resolver, salvo que salga electa su espejo?

Por lo tanto, existen dos alternativas. La primera talar bosques y convertir el área en suelos cultivables, aún a costa de que sabe que son forestales; las consecuencias ecológicas, ambientales y económicas serán desastrosas. Segundo, comprar las tierras de los pobres, generando con esto caos social, desempleo, penurias. En ambos casos el inversionista (capitalista) saldrá ganando y más rico desde que llegó al Perú.



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El salomónico Jorge Villasante




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18 de mayo de 2011

Movimiento 15-M

Puerta Del Sol, Madrid-España


España es un país hermoso;  el que viaja a Europa y no visita España, no conoce Europa.

Cuando el ciudadano se harta de los políticos, estos no se dan cuenta. Rajoy fue el que empujó al pueblo español a lo que vemos desde el inicio de esta semana en la Puerta del Sol de Madrid. Quién duda que España no está en crisis; pero encima salga un vociferante político echando fuego por las fauces, es como tirar gasolina cuando el bosque se incendia. ¡Señor Rajoy, aquí tiene la respuesta!

Sabemos que todo en esta vida no es para siempre, los españoles lo saben, ellos dieron muestra en su guerra civil y en soportar a un tirano, aquel que dejó en el subdesarrollo a España. Hoy tienen problemas, y quién no los tiene; sabemos que saldrán adelante.

Los diarios muestran lo que es un país harto de los políticos. Así sucedió y sucede en todas partes, es bueno que los españoles reaccionen como lo han hecho.

Decía el pro-hombre peruano Manuel Gonzales Prada "los jóvenes a la lucha, los viejos a la tumba"

Fuente: Diario El País, Madrid-España

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El salomónico Jorge Villasante

Ministro Agricultura Jorge Villasante
Escudo Armas Villasante














No existe duda que el actual ministro de Agricultura, Jorge Villasante, es un perfecto palomo; antes de asumir la cartera de agricultura fue ministro en otras carteras. Es un poli-ministro, multifacético ministro, que pasa de cartera en cartera cual palomo se posa en las ramas de un manzano, luego en las de un pino para luego hacerlo en las de un eucalipto.

Seguramente en el Congreso es muy conocido, aunque cualquiera no habría regresado, pero Villasante es hombre trejo y corajudo, insiste en ser palomo.

Hoy saca la cara por los transgénicos, cuando la bronca está en cancha del presidente Alan García P. y el más afamado gastrónomo peruano Gastón Acurio; pero sin más ni menos se lanza con riestre y paños fríos contra multitudinario coro adverso a la propuesta de hacer ingresar transgénicos al Perú.

Suyas son sus palabras “hay propuestas de 3 a 15 años…de repente 5 años puede ser lo más adecuado. Veamos qué dice el Congreso, finalmente está en su cancha. El Ejecutivo respetará qué es lo que aprueba el Parlamento y en su momento lo evaluará”. Palabras con sonido celestial, aplomo y serenidad salomónica. A Jorge Villasante, le quedan 60 días como ministro.

Del ministro que antecedió a Villasante nadie se acuerda, fue un ave de paso con intereses trasnochados y ocultos, pues no pudo lidiar contra la realidad de dos temas candentes la ecología y el medio ambiente, y el tiempo. Los negocios siempre requieren de tiempo para madurar, en este caso fue pretencioso con sus aspiraciones.

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Segundo Acto: DOE RUN PERÚ, el círculo vicioso


Quién no conoce el juego del “El gran bonetón”. Esto es lo que sucede en el caso que se disputa entre el gobierno peruano y la empresa minera Doe Run Perú. Los perjudicados son miles (mas de 3,500 trabajadores) de familias de La Oroya que se encuentran en medio de este problema.

El ciclo burocrático es infernal lo que permite avizorar en el fondo el olvido de las obligaciones con los trabajadores y el daño irreparable para sus familias, pues la secuencia hasta el momento se podría graficar de la siguiente manera.

DRP→Gobierno→Congreso→Indecopi→DRP
                                      ↓
                    Poder Judicial-Fiscalía


1. Doe Run Perú (DRP) demanda que el gobierno precise el inicio de los 20 meses adicionales que les otorgó para que cumplan con la finalización del Programa de Adecuación  y Manejo Ambiental (PAMA).

2. La Comisión Especial de Preinversión del Congreso de la Republica prefirió instar al Poder Judicial  que investigue si existe alguna irregularidad en el aplazamiento en el proceso concursal de DRP que se desarrolla en al Indecopi. Luisa Maria Cuculiza, presidenta de la Comisión Especial de Preinversión dijo, “tenemos buenas autoridades en el Poder Judicial y la Fiscalía, por lo que les exhorto a que el juez que dictó la medida cautelar tenga la buena voluntad de determinar cuanto antes porqué esta junta está paralizada”.

3. Jaime Gabiño, secretario técnico de la Comisión de Procedimientos Concursales de Indecopi, explicó que la Junta de Acreedores se paralizó debido a las acciones legales que interpuso Cormin (matriz de DRP), exigiendo que un acreedor no participe en la Junta de Acreedores.

4. Juan Carlos Huayhua, gerente General de DRP, insistió en su pedido para que el gobierno precise el plazo de inicio de los 20 meses adicionales que les autorizó con el Programa de Adecuación y Manejo Ambiental (PAMA).

5. El Pleno del Congreso de la Republica el 23/09/2009, aprobó la ampliación del PAMA para DRP con 85 votos a favor, 01 en contra y 03 abstenciones.

Pero el asunto no queda aquí. Ocho congresistas (republicanos) de EEUU firmaron y enviaron una comunicación al Departamento de Estado explicitando su apoyo a DRP, especificando el injusto trato dado a la empresa e inclusive considerando el riesgo de ser expropiada, aunque haya invertido US$ 315 millones en el PAMA, mientras el gobierno incumple sus obligaciones (La Republica, 18/05/2011).

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